Puede que un día, mas o menos lejano, los libros de Historia definan al socialismo como “una potente herejía surgida de la cristiandad, que se caracterizó por tomar prestados del cristianismo muchos elementos de su doctrina social, pero intentando reemplazar a Dios por el Estado. Tras el fracaso de la opción nacionalista (Alemania e Italia en los años 40 del siglo XXI) y de la opción ortodoxa (la Unión Soviética), pareció que la socialdemocracia lograría redimensionar las aspiraciones socialistas, pero tras ser derrotada en su campo predilecto, la política económica, la batalla regresó al ámbito ideológico. Arreciaron los ataques contra el cristianismo, y se institucionalizaron parodias de sus sacramentos. En el orden jurídico, se intentó subvertir todo elemento vinculado ala herencia cristiana: desde el concepto de matrimonio, hasta la idea de una dignidad inherente a toda persona, desde su concepción hasta su muerte natural. El socialismo democrático negaba cualquier verdad que viniera dada. Una moral – sostenía- es fruto del consenso social en un momento determinado. Al rechazar este principio, y exigir a los gobernantes que se abstuvieran de intervenir en algunos ámbitos, los cristianos se convirtieron en el adversario a batir…”.
Este libro no está escrito, y tal vez nunca se escriba. El debate entre cristianos y socialistas puede evitarlo. Lo ha comprendido buena parte de la intelectualidad católica, decidida a impulsar esos foros, para que algún día pueda un cristiano llamarse también socialista. La posición de España es privilegiada. Es hija predilecta de la Iglesia, y el socialismo debería sentirse seguro en un debate abierto, sin sabotajes, por la posición política de fuerza que aquí ostenta. En cuanto a los cristianos, si no tomamos la iniciativa, nos será cada vez mas difícil encontrar quien defienda una visión del hombre compatible con la fe…”
Son palabras que copio literalmente de Ricardo Benjumea en su “contrapunto” publicado hoy en la separata Alfa y Omega.
La verdad es que llevaba tiempo dándole vueltas precisamente a este asunto y hoy, al leerlo, he sentido un gran alivio pues me he ahorrado su planteamiento. Me quedo con el texto de Benjumea sin ponerle ni quitarle una coma. Eso sí, aguardo ansioso el capítulo II. Me temo que una convergencia intelectual de este tipo es absolutamente necesaria y viable, pero llevarla a la práctica exige interlocutores excepcionales en ambos lados, y esa ya es harina de otro costal.
Este libro no está escrito, y tal vez nunca se escriba. El debate entre cristianos y socialistas puede evitarlo. Lo ha comprendido buena parte de la intelectualidad católica, decidida a impulsar esos foros, para que algún día pueda un cristiano llamarse también socialista. La posición de España es privilegiada. Es hija predilecta de la Iglesia, y el socialismo debería sentirse seguro en un debate abierto, sin sabotajes, por la posición política de fuerza que aquí ostenta. En cuanto a los cristianos, si no tomamos la iniciativa, nos será cada vez mas difícil encontrar quien defienda una visión del hombre compatible con la fe…”
Son palabras que copio literalmente de Ricardo Benjumea en su “contrapunto” publicado hoy en la separata Alfa y Omega.
La verdad es que llevaba tiempo dándole vueltas precisamente a este asunto y hoy, al leerlo, he sentido un gran alivio pues me he ahorrado su planteamiento. Me quedo con el texto de Benjumea sin ponerle ni quitarle una coma. Eso sí, aguardo ansioso el capítulo II. Me temo que una convergencia intelectual de este tipo es absolutamente necesaria y viable, pero llevarla a la práctica exige interlocutores excepcionales en ambos lados, y esa ya es harina de otro costal.
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