viernes, 8 de mayo de 2009

Cielo

Ya comienzo a notar
una aceleración ajena de los años.
No digo que presienta la vejez
- aunque la veo-
ni inventaré tampoco precoces experiencias.
Es algo diferente:
un vislumbre borroso, una antesala
del tobogán, más breve
siempre de lo que el niño desearía
Y más veloz de lo que el hombre espera.

Andrés Neuman. El tobogán. Hiperión.

Leo al todavía joven escritor argentino y me viene a la cabeza una sobredosis de Romano Guardini, en las etapas de la vida:

“Cada etapa de la vida es diferente e independiente de las otras, tiene sentido en sí misma, pero debe servir de preparación para la siguiente, ya que en definitiva se trata de un mismo ser humano que sigue un camino de desarrollo. Si uno, en la fase fecunda de la vejez, rehúye asumir la propia muerte como una posibilidad de su vida que debe ser realizada con pleno sentido, y sólo se ocupa de sorber ansiosamente los últimos goces que les es dado disfrutar, no podrá hacer nada sensato y digno en la edad senil. Se verá abocado a una vida mezquina. El anciano vive su condición senil con la debida elevación de espíritu, sin crisparse sobre sí mismo, si desde joven cultiva el autodominio, el orden, la atención a los demás. El que de este modo hace reservas de generosidad y se ocupa en todo momento de dar sentido a la vida evita la amargura de sentir la senilidad como pura liquidación del vivir, mero sinsentido y humillación. Este tipo de ancianos es una bendición conocerlos, pues nos revelan a todos una gran verdad: que también la vejez es vida; que es cierto que implica el acercamiento a la muerte, pero también lo es que la muerte misma sigue siendo vida”.

Y da un paso mas aún, al contarnos una reflexión personal:

“Nueva, maravillosa experiencia: el pensamiento de la vida eterna se me ha hecho cercano. Si Dios me concede esa gracia, me iré con Él. Entonces cesará la menesterosidad que todo lo penetra; todo lo destruido y falto de sentido. Él me da vida y sentido…Pero, ¿qué hago yo, ser finito, en una existencia que es eterna? He sentido esto tan intensamente que tenía el sentimiento de que es algo que no depende solamente de mí. La respuesta me la daba este otro pensamiento: en esta existencia eterna yo no estoy como un ser aislado. Lo eterno es Dios. Yo estoy en la eternidad en cuanto estoy en Él. Él me hace participar en su vida y en su condición de Ser eterno. Pues Él (…) es Quien asumió nuestra existencia en la Suya. El eco de este misterio es que Él nos concede asumir Su existencia en la nuestra. Este “en” es el Cielo”.

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