lunes, 4 de mayo de 2009

Trujillo





Hoy ha sido otro de esos días de madrugón. Viaje a primera hora a Mérida. Las gestiones han ido estupendamente. Después de comer, hemos preferido salir rápidamente sin ver el teatro romano para dedicar apenas una hora a Trujillo. La plaza estaba hecha un desastre tras la feria del queso de estos dias atrás. Pese a todo, el palacio de los marqueses de la Conquista (o del escudo) seguía impresionando con su balcón y su escudo en alto sobreponiéndose a la suciedad que les rodeaba a ras de suelo. He descubierto el palacio de don Juan Pizarro de Orellana, antiguo ayuntamiento, y su medio arco de medio punto, desde donde comienza el cañón de la cárcel. Un callejón lleno de historias de las que nunca sabremos nada.

Todo Trujillo habla a voces de Perú, y de su capital, Lima, siempre grisácea, lugar apetecible para un buen pisco, una sabrosa corvina y una visita pausada al museo del oro, que con tanto esfuerzo reunió Miguel Mújica.

Aun me queda pendiente la subida al Cusco. Se la debo a Pizarro y a Atahualpa.

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